Un notable filósofo español, don José Ortega y Gasset, comentó en su día: "yo soy yo y mis circunstancias". Partiendo de esta sentencia podemos comprender mejor la importancia de la alimentación para la conservación de nuestro cuerpo. Básicamente la vida, tanto en duración como en calidad, depende "del yo", de algo propio de cada uno, de los genes (ya que marcan características externas pero también la posibilidad de padecer ciertas enfermedades) y de "las circunstancias de cada uno"; es decir, de los hábitos de vida que practicamos diariamente.
Dentro de estos hábitos encontramos cuatro especialmente relevantes, una alimentación equilibrada, un sueño reparador , una actividad fisica (laboral o de ocio) que ayude a fortalecer el organismo y una actitud positiva ante la vida. Son cuatro pilares sobre los que se sustenta la vida, como las patas de una mesa. Si falla alguno de ellos la vida corre peligro. ¿Podemos imaginar una calidad de vida plena con obesidad o delgadez extrema, con insomnio o con el sedentarismo que empuje al infarto de miocardio?. La respuesta es no.
De estos cuatro pilares de la salud, la alimentación es quizá el más completo ya que colabora con los otros tres. Grcias a ella aportamos al organismo sustancias que permiten, durante el sueño y fuera de él, rehabilitar elementos del cuerpo que se han deteriorado, bien por el uso, por lesion o por enfermedad. Esos elementos que comemos también sirven para aportar energía que utilizamos en la actividad física o simplemente en las tareas diarias como pensar, hablar, caminar, correr, etc. Finalmente, gracias a esas sustancias que nos proporcionan los alimentos, también asegurarmos el crecimiento y desarrollo del cuerpo humano, especialmente durante la infancia y adolescencia.
VIDA = GENES + HÁBITOS
Muchas veces se ha comentado que "somos lo que comemos" y esta es una gran verdad, sobre todo en lo que se refiere a la salud. Estudiando los hábitos a la hora de comer de una sociedad, podemos conocer sus principales defectos y virtudes, sus enfermedades más frecuentes, incluso su forma de vida y su estructura económica que, lógicamente, girará en gram medida alrededor de esos hábitos.
Hoy en día, en España, tememos numerosos problemas relacionados con la alimentación, como por ejemplo el sobrepeso y la obesidad (que afectan al 55% de los adultos y al 15% de los niños y jóvenes), las enfermedades cardiovasculares (responsables del 34% de las muertes que se producen en nuestro país cada año), algunos tipos de cáncer (de próstata, de colon, de mama), la diabetes típo II (con casi 3 millones de españoles afectados), etc. Sólo esas cifras son razones más que suficientes para dar mayor importancia a la alimentación y a la nutrición que son, por cierto, dos conceptos ligeramente diferenciados.
Entendemos por alimentación, un acto voluntario por el que proporcionamos alimentos a nuestro cuerpo, es decir, sustancias que se pueden comer y aportan calorías. Por eso distinguimos varios tipos de alimentos (cereales, legumbres, verduras, frutas, pescado, etc.). Sin embargo cuando nuestro cuerpo actúa sobre esos alimentos y aprovecha los elementos que lon integran, hablamos de nutrición, es un acto involuntario. En definitiva, nutrición es el conjunto de actividades desarrolladas por el cuerpo humano para aprovechar las sustancias incluidas en los alimentos. Esas sustancias son los nutrientes (por ejemplo, proteínas, lípidos o grasas, hidratos de carbono o azúcares, etc.).